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Adiós al Pike

Adiós al Pike

Por Zenia Regalado

El fogón Pike no cataloga como uno de los descubrimientos del pasado siglo, pero sí tendrá un lugar como monumento popular, símbolo de la ingeniosidad y la resistencia de un pueblo.
Quien no ha cocinado con un Pike se ha ahorrado un montón de disgustos y atentados contra el hígado, el cerebro y el corazón. También ha economizado dinero, pues sus arreglos generalmente van más allá de los veinte pesos.
Lo peor no es el fogón Pike– toda una innovación cubana que ha acumulado una hoja de méritos- si no lo que tiene que ver con su puesta en marcha.
Ante la falta de luz brillante el petróleo jugó su papel con su humo negrísimo y esa grasa pegajosa que se adhiere desde los huecos de la nariz, las cortinas de la casa, el mantel de la mesa, hasta los adornos de cualquier humilde sala.
¡Y qué decir de las paredes de la cocina¡. ¿Cuánto han tenido que gastar las familias para pintar cada dos meses su vivienda y borrar la sucia huella petrolífera?.
Cualquier mujer u hombre - los hay que lo hacen- que se haya tenido que enfrentar a esta dura tarea, sabe bien de qué se trata.
Cuando en los años más difíciles del período especial –sobre todo aquel 93- una trabajadora llegaba de su agotadora jornada para enfrentarse a otra peor, tenía que sacar fuerzas para luchar por la existencia de los suyos.
Muchos niños han nacido bajo el signo del Pike, violentados de alguna u otra manera por madres estresadas con poco tiempo y pocas ganas para la ternura.
Detrás de cada cocina con pique hay una cuota de desgarramiento humano, tenaz, terco, digno y también por qué no, cierta hidalguía, esa que tenía el Quijote para enfrentarse a los molinos de viento y seguir por el mundo impartiendo justicia.
Esa herencia quijotesca se ha visto recompensada ante el anuncio de numerosas medidas que benefician a la familia cubana, y una de ellas es la sustitución de las cocinas de luz brillante por eléctricas.
Una antigua trabajadora tabacalera que arribó recientemente a sus 70 años afirmó que el día de esa noticia ha sido uno de los más felices de su vida.
Quizás quien no lo haya sufrido en carne propia, o ya no lo sufra, haya olvidado esas angustias, sí, porque las personas piensan como viven, aunque hay muchos que desde un humanismo solidario se alegraron con la medida solo de pensar en lo que significaría para buena parte de sus compatriotas, entre los cuales hay una cantidad no despreciable que cocina con leña y carbón.
Un amigo me contaba que uno de sus parientes que vive en Las Martinas compra el saco de carbón a particulares y le cuesta alrededor de 30 pesos.
Sin dudas la medida beneficia a miles, ahora bien, cuando se haga masivo el cambio ello no querrá decir que concluya la austeridad y el ahorro en el consumo de electricidad.
Habrá que crear una cultura para que el nuevo beneficio sea disfrutado racionalmente, y mucho tendrán que ver en ello las organizaciones del barrio con el entrenamiento colectivo en el cómo hacerlo. Seguramente también estarán implicados los medios de difusión en su tarea educativa.
Esta es una sociedad con bases cimentadas en el nosotros primero que el yo, en la que siempre se piensa en las grandes mayorías, y ello lo ratifica el golpe económico y social que ha dado la Revolución con las medidas de beneficio popular, y que van mucho más allá de la irrupción de las cocinas eléctricas.
Mientras que en Estados Unidos el número de negros y latinos disminuyen en las escuelas ante la tendencia a la privatización de la enseñanza, en Cuba ocurre todo lo contrario, en cualquier barrio periférico un joven puede alcanzar su título desde abogado hasta comunicador social, elevando con ello su autoestima y sintiéndose un ser humano más digno, en una sociedad que da oportunidades a todos, solo depende de que las aprovechen.
Esta revolución educacional ahora va acompañada de mejoras en la canasta básica y de mayor bienestar doméstico en el hogar.
Todo ello redundará en un mejor nivel de vida, ¡ah¡, y sin dejar excluido a ningún segmento de la sociedad, como sí ocurre en otras latitudes, donde quien no tenga dinero sencillamente queda al margen, pues la valía humana la da el concepto de cliente para poder comprar en la “aldea global”.
A la hora de valorar las nuevas medidas los criterios reduccionistas corren el riesgo de dejar fuera su alcance verdadero y su esencia raigal : la mejora integral de las condiciones reales en las que viven los seres humanos.

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